Me llamo Sofía,
pero no me gusta para nada. Y menos cuando me dicen: “Sofí vení, Sofi andá, Sofí hace los deberes, Sofí
¿te lavaste los dientes? ¡Es peor Sofí que Sofía! Tengo nueve años y vivo con
mi abuela Soledad, la mamá de mi papá. Ella siempre dice que se siente sola
como su nombre. Yo me la quedo mirando, triste, pensativa… El abuelo Omar se
murió hace dos años y nos quedamos las dos solitas. Es por eso que la abu me
abraza fuerte y dice:
––¡Gracias al
Señor, que te tengo a vos Sofí.
––¿Qué Señor,
abu? No te entiendo.
––A Dios mi
querida, se le dice también Señor.
––Ah, bueno.
Tengo una tía,
Silvia, es la hija menor de mi abu, pero no vive con nosotros. Escuché, hace un tiempo, cuando era más chica, que el abu Omar discutía con la abuela
por mi tía. Parece que la tía Silvia se fugó con el novio y viven muy lejos, en
Tierra del Fuego y que estaba ¡embarazada! El abuelo la perdonó a mi tía. Pero
la abu siempre dice que mi abu Omar, se murió de tristeza y que ella no la
puede perdonar. Pero yo creo que no es así, porque la extraña, y siempre anda
cantando alguna canción de cuna y murmura por lo bajo:
––¡Ay Silvita,
si estuvieras más cerca…!, y se seca una lágrima con el delantal de la cocina.
La abuela cree
que yo no la escucho, ni la veo, pero yo sé que está triste.
Cuando viene mi
papá a vernos, yo le cuento. Pero Daniel, mi papá, se enoja mucho conmigo, me
grita, dice que la abuela llora por mi
culpa, que yo la hago renegar. La abuela me defiende, dice que soy muy buena.
A veces pasan
semanas y papá no viene a visitarnos. Siempre tiene la excusa de que tiene mucho
trabajo.
Ahora tiene una
nueva novia. La abu Soledad, siempre le protesta:
––¿Otra novia?
¿Cuándo vas a sentar cabeza? Recordá que tenés una hija, pensá en volver a
formar una familia ¡yo no voy a durar eternamente!
¡Y sí! Yo
quiero tener una mamá, porque la mía me abandonó cuando yo tenía dos añitos y
nunca más la volví a ver.
Los chicos en
el cole hablan de la mamá y a mi… me da vergüenza y dolor decir que me
dejó. Ellos no entienden y yo tampoco
comprendo mucho.
A mi papá cada
vez que le pregunto por Teresa, o sea mi mamá, se pone como loco, colorado y
grita y grita. Me dice que no pregunte más, que mi mamá se fue, me abandonó y
se va dando un portazo refuerte. Es que mi papá tiene un ¡carácter!, medio
podrido y la abuela entonces se enoja y me dice que no le pregunte más, porque
lo pongo nervioso y se va sin arreglar la plancha, la canilla del baño, la tele
que no se puede ver porque está llena de rayas. Yo le digo a la abuela que no
se preocupe, que le voy a decir a la mamá de Jorgelina, a ver si ella puede
venir a arreglar todo.
Jorgelina no
tiene papá. Me contó que la mamá es madre soltera, que es cuando una mujer
tiene un hijo y no tiene marido, y es por eso que sabe hacer esas cosas de
hombres. A la abu no le agrada mucho la idea de que venga a casa. A veces
murmura “esa loca de enfrente, mirá como se viste, se cree una pendeja”. A mí no me gusta que le diga eso. Conmigo es
muy buena, siempre me manda dos porciones grandes de torta: para mí y la
abuela. Pero ella no quiere comer. Yo sé que me la deja para mí, no porque
pasemos hambre, es que ella no puede preparar una torta, porque le duelen los
brazos y no puede batir los huevos con el azúcar y la harina.
Yo voy al
colegio por la tarde. La abu está viejita y no puede madrugar, sobre todo en
invierno que hace mucho frio y le duele todo el cuerpo.
Mi colegio se
llama Juana Manso. No sé qué cosa importante hizo esta mujer y por eso cuando
se murió, le pusieron el nombre a mi escuela. Todos los días camino seis
cuadras desde mi casa al cole. Voy sola, ya soy grande, además la abu no puede
con el alma, arrastra mucho los pies.
Hoy vino Susana,
la madre de Jorgelina. Cambió el cuerito de la canilla del baño; la plancha no
pudo arreglarla porque hay que comprar un cable nuevo y la tele tiene una
lámpara quemada o no sé qué le pasa. Me anotó algo en un papelito y me dijo que
fuera a la casa de electricidad para
comprar lo que necesitaba para arreglar la tele. Es una tele vieja, pero la
abuela no tiene plata para comprar una nueva. Susana también cambió la luz del
baño, que se había quemado. Me enseñó cómo se cambia, pero antes me dijo que
debía cortar la luz para que no me diera corriente.
––¿Viste abuela?
La mamá de Jorgelina es buena, me cuida, no quiere que me pase algo malo.
Después de un
mes que Daniel, o sea mi papá, no venía ¡apareció! Le dio plata a la abu para
comprar la comida y pagar los gastos de la casa. Ella dice que con su pensión,
apenas cubre los gastos de la farmacia. Todos los días toma ocho pastillitas de
distintos colores: para el reuma, para la acidez ¡qué sé yo para que más! Mi
papá dice que se va a envenenar con tanta porquería que toma.
Papá se enojó
mucho con Soledad, la mamá, o sea mi abu, porque dejó que yo llamara a la mamá
de Jorgelina para arreglar la plancha, la canilla, la tele, la luz del baño,
¡Ufa! Y justo en ese momento que gritaba como reloco, suena el timbre de casa.
Era Jorgelina y la mamá que venía con el cable nuevo de la plancha para
cambiarlo por el viejo. ¡Uyyyy! Qué lío que se va armar… Cuando entraron, mi papá abrió grandes los ojos, se arregló el
cabello con las manos y se acomodó la corbata. Es que Susana, o sea la mamá de
Jorgelina, vino con una pollera cortita, cortita, color violeta furioso y, mi
papá se emocionó al verla. Con Jorgelina nos tapamos la boca con la mano, yo
con la derecha y mi amiga con la izquierda porque es zurda. Nos reímos bajito,
bajito, para que no se dieran cuenta. Los ojos de la abue, se le salían por los agujeros de la cara. La mirada iba de
la cara de mi papá a la mini-falda de Susana. Daniel, o sea mi papá, le pidió a
la mamá, o sea a mi abuela, que preparara un cafecito para todos. Mientras él
le ayudaba a la señora a reparar la plancha.
Susana y mi papá
comenzaron a salir juntos, como novios. Yo estaba contenta porque iba a tener
una mamá y Jorgelina también se puso alegre ¡por fin iba a tener papá! ¡Y nosotras
seríamos hermanas! ¡iupi!
Hace unos días
que la abuela está internada en el hospital. Le dolía mucho el pecho.
La abuela
Soledad se murió ¡qué suerte!, pensé yo; ya no iba a sentirse triste porque iba
a estar al lado de Omar, el esposo, o sea mi abuelo. Pero yo me sentía sola y
lloré mucho. Ahora estoy viviendo en la
casa de Jorgelina. La mamá no es más la novia de mi papá. Mi amiguita me contó que siempre discutían y
que una noche pelearon muy fuerte; hacían mucho bochinche. Jorgelina, ya no iba
a ser mi hermana y Susana, la mamá que ya no voy a tener. Pobre, se pasó dos
días encerrada en su habitación. Lloraba mucho y tenía un ojo en compota.
Cuando preguntó Jorgelina a la mamá que le había pasado, le contestó que se
había llevado por delante la puerta del placard.
Yo no le creí
ni medio ¡cómo se le va a poner un ojo en compota con una puerta!
Hace un ratito
llegó a la casa una mujer policía. Susana nos mandó a la cocina y dijo que
cerráramos la puerta. Estábamos un poco asustadas. Después de un ratito abrimos
despacito, despacito, la puerta y espiamos. La mujer policía le daba unos
papeles a la mamá de Jorgelina y cuando se iba escuchamos que le decía:
––No se
preocupe señora, este tipo va a estar un tiempo enjaulado y la nena se puede
quedar con usted. Ya vendrá la asistente social para asesorarla.
Susana es como
mi mamá adoptiva, así me dice ella. Jorgelina y yo somos
muy amigas. Duermo en una camita en el mismo cuarto y a la noche nos reímos y conversamos,
de nuestras cosas.
Hoy es mi
cumpleaños, cumplo diez años. Susana, o sea mi mamá adoptiva, me hizo una torta
grande, grande de chocolate con una bailarina de adorno y todo ¡es hermosa!
Daniel, o sea
mi papá, no vino. Hace más de un año que no lo veo…
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