Fotos en blanco y negro... el blanco se
ha puesto amarillo y el negro cambió a gris; todavía percibo el olor al viejo ácido
del revelado. Olores... algunos han sido oportunos salvadores en mi infancia…
¡En la imagen los veo a todos
sonrientes!... Mi primo y yo bien juntos... Listos a la siguiente travesura, al
próximo juego. Para nosotros la mejor aventura era llegar a la
desvencijada Calesita, ¡empujándonos a ver quién subía primero! Urgente
trepaba a mis preferidos ¡los Caballitos! El vertiginoso sube y baja me transportaba...
era una indomable guerrera o audaz navegante; interpretaba con fervor inocente
los cuentos conocidos... Entre vuelta y vuelta sonaban quejumbrosos chirridos,
que ponían cierto dramatismo al juego, provocándome algún silencioso temor...
entonces, apretaba muy fuerte las riendas del colorido caballito de madera. El
encanto se rompía por otro, ¡el más esperado! ¡La sortija! Sacar la sortija nos
convertiría nuevamente en ¡alados tripulantes! Competíamos con mi primo
para estar colgados en el fierro desde donde podíamos alcanzar mejor el premio;
nos peleábamos sin parar, mi primo me decía ¡dejame a mí! ¡flaca tonta! ¡cara
de torta! y ¡ponía ojos malos sacándome la lengua! En ese momento, lo
pellizcaba bien fuerte... Algunas veces la contienda terminaba, al ver que otro
chico ya tenía la sortija en la mano.
Los regresos casi siempre eran con
reproches ¡son demonios!... ¡ya van a ver!... ¡no los traemos más!...
Caminábamos con una penitencia a cuestas... A mí me tocaba la peor... acompañar
a mi abuela a la iglesia por la tarde... "a ver si el Sr. me ayudaba
a ser juiciosa y buena niña". Ir a la iglesia era un extenuante
suplicio... que se acentuaba en el momento en que veía aparecer al
muchacho peludo de cara blanca y grandes ojos, contoneándose con un largo
vestido oscuro al mismo tiempo que agitaba un espantoso recipiente con largas
cadenas, del que salía humo ¡con horrible olor!... A ese espantoso
olor, le decían incienso. En ese momento yo empezaba a tragar saliva.
–Abuelita, quiero ir al baño... ¡Esperá!
–decía
–Abuelita, ¡voy a vomitar!
–¡Acá no se
vomita!
–¡Abuelita me
siento mal!
–¡Quedate quieta! –replicaba.
–¡Abuelita,
abuelita me voy a morir!...
Y ella respondía el
consabido: “Siempre lo mismo, tenés el diablo en el cuerpo. Vamos afuera...”, y
me tomaba de la mano. Sentada en las escaleras de la gran estatua a San Pedro;
que para mí era... "el famoso Sr"... ya me sentía bien. Ella
regresaba a la misa; Yo saltaba y corría feliz con los otros chicos, ¡¡¡todos
endiablados!!!
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