Composición:
mi papá
Alumno:
Juan Ramón Jiménez
Sexto
grado
No voy a negar que, cada vez que sucede,
nos sentimos preocupados. Todos sabemos que éstos son tiempos difíciles. Por
eso esperamos ansiosamente a papá. Aguardamos que llegue con el paquete y lo
desate lentamente mientras nosotros y mamá esperamos expectantes para ver el
contenido. Y, para los que sabemos leer, la fiesta es una alegría completa.
Por eso, cuando es la fecha, vamos contando
las horas y los minutos ansiosamente. Creo que es el único día en que mamá ni
siquiera nos reta y trabaja muy callada con la lana destejida de algún pullover
roto o viejo.
Esa tarde, entonces, nos sentamos y nos
miramos con alegría en espera de los pasos de papá. Sin embargo, no son las
mismas miradas en esas fechas puntuales, ni tampoco los mismos gestos. Raúl no
le saca la lengua a Julio y yo no le tiro de las trenzas a Juanita. Nada de eso
pasa ese día y mamá lo sabe y por eso trabaja cantando bajito. Nos sentimos tan
de fiesta, que hasta Juanita suele ofrecerse para ayudar a lavar la ropa. En la
quincena pasada, incluso yo que me la paso soñando con ser un superhéroe,
empecé a pensar si no había algo para hacer que le agradara a mamá. De esa
manera, ella se lo contaría a papá, lo que, tal vez, haría que papá considerara
que yo era acreedor de algún premio especial. Claro que ese día era difícil
hacer algo por mamá porque no es lógico que, como Juanita, me pusiera a lavar
ropa o a planchar. Eso es cosa de mujeres. Así se lo dije a mamá y ella me dio
un huevo de madera y muchas medias para zurcir los agujeros. Dijo que para eso
se necesitaba un talento especial que solo podían tener los niños varones y las
mujeres grandes. Que las niñas, estaban para otra cosa.
Ese
fin de semana pasado, papá tardaba en llegar mucho más de lo acostumbrado. Y
como todos sabemos que es imprescindible no perder el tiempo, nos abocamos a
las tareas que teníamos asignadas.
Por eso nos preocupó el atraso horario de
papá. Luego de los diez minutos, siempre, las tardanzas se hacían preocupantes
y el nerviosismo nos invadía.
Ese día, les cuento, como les decía, estábamos
con veinte minutos de retraso y hasta mamá había dejado de cantar bajito porque,
¿qué pasaría si papá hubiera tenido algún percance y no regresara a casa?
Sin hablarlo, todos estábamos aterrados.
Papá nunca había tardado casi media hora en regresar. Un rato más tarde, oímos los
pasos inconfundibles en el corredor y todos, menos mamá, corrimos a abrir la
puerta. Sacamos, casi enredándonos, los candados y trabas. Luego, hicimos girar
las llaves de las dos cerraduras. Papá entró radiante, se acercó a la mesa y
apoyó sobre ella el paquetón. Mamá lo abrazó efusivamente y todos quedamos a la
expectativa para ver cómo desenvolvía el paquete. Cuando sacó las cajas, todos
suspiramos aliviados: una tras otra, papá las apoyó sobre la mesa. Con cierta
decepción vimos que no había papas. Por las noches, es bueno comer papá
hervida. Es mejor porque evita los ruidos que hace el estómago luego de tomar
las supervitaminas, esas que papá trae cada quince días.
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