El
viernes 3 de enero de 1922, Emanuel Zunz muere en el hospital de Bagé, Rio
Grande, Brasil, luego de haber ingerido intencionalmente una fuerte dosis de
Veronal, tomado de la mano de Feino Fain, su compañero de pensión, y musitando
lánguidamente tres palabras: la primera tintineaba
a “ropero”, y luego dos nombres de
mujer: Julieta, su esposa innombrada y Emma, la única hija de ambos, aludida siempre,
como una sobrina lejana. El trato con Feino era habitual, recatado y frívolo; en
Río Grande, nunca develó su paternidad porque las mutuas confesiones serían
inoportunas. A veces surgían historias de amores pueblerinos, y otras, ciertas
cerrazones de Manuel cuando sentía regurgitar reflejos del pasado cercano. Su secreto
mejor guardado era su verdadero nombre: Emanuel Zunz. Pero Feino y otros
pocos lo conocían como: Manuel Maier,
contador inteligente e ilustrado, por quien Feino abrigaba una “sana envidia”,
que tanto se parece a la piedad autocompasiva. Después del entierro brumoso de ausencias,
Feino vuelve a la pensión, urgido por adentrase en el desvencijado ropero de
Manuel Maier. No vaciló en la duda, porque había postergado esa intención durante
la ausencia de Manuel, en el Hospital de Bagé.
De todas
maneras, había poco y nada que hurgar; mientras no levantase la vista hacia la
marquesina del ropero. Vio asomar retraídamente la punta de una flecha de papel
madera, que luego sería un sobre sin destinatario y de buen tamaño. Y como lo
habitual encandila el mirar, pensó que ese hallazgo pudo haber estado allí
durante días, sin ser visto. Feino lo rescata con la premura de atrapar algún
secreto oscuro del muerto cercano. Puntillosamente remueve la solapa con una
tijera de buen filo. Inesperadamente, aparece otro sobre cerrado; remitente:
Manuel Maier, con la leyenda: “Para ser
abierto sólo por Emma Zunz” Luego de estos hechos, nadie supo bien por qué
Feino Fain se esfumó de la pensión, de Río Grande y de algunas escenas clandestinas,
rigurosamente conocidas y desnudadas, como corresponde en estos casos.
El
sábado 16 de enero, en los altos de la Fábrica de tejidos Tarbuch y Loewenthal,
en las afueras de Buenos Aires y durante una huelga en ciernes, Emma Zunz
dispara exasperadamente el tercer tiro que descarna el torso codicioso de su
patrón: Aarón Loewenthal, que boquiabierto y sangrante caerá sobre sí mismo,
puteando espantado a la obrera Emma y a su puta suerte. Esta es la manera como vengaría
a Emanuel, su padre, y a su propia honra desflorada.
El lunes
23 de diciembre, tras un juicio relativamente breve y tortuoso, Emma es sobreseída
por la Sala Número 3 que, entre otros fundamentos, sostiene la figura de
“emoción violenta” y la considera víctima de violación con acceso carnal;
delito doblemente agravado, entre otras evidencias, “...por
el tipo de vínculo desigual y notorio entre Aarón Loewenthal y Emma, desde el
cual ostentaba extraordinario poder sobre la voluntad de la acusada, que
dependía meramente de su trabajo como medio de vida” Ese atardecer, volviendo
a casa, luego de prolongados abrazos sentidos y estallidos de punzante resarcimiento
junto a su amiga Elsa, Emma se topa con un sobre color madera en el fondo del
zaguán; remitente: Feino Fain.
Nuevamente
el destello de Feino Fain, patético recadero del suicidio de su padre, once
meses atrás, en una nota escrita por él, en pocas líneas y mucha lejanía, como instigándola
a reavivar la escena que anunciaba su terrible pérdida. Nuevamente esa sensación
de irrealidad, de frío y de temor. Abre el sobre y encuentra otro más pequeño con
la leyenda: “Para ser abierto sólo por
Emma Zunz”. Reconoce de inmediato la letra de su padre. Remueve el vértice
de la solapa, sospechosamente arrugado, y entra en su cuarto conmovida; abre la
ventana que inunda de luz la mesita donde come; abre sus brazos en cruz
mirándose al espejo tontamente, sin soltar el sobre; abre su miedo, su pudor,
su encono, su melancolía y se abandona entre los almohadones de la cama, como
si fuese a desaparecer en ese mismo instante. Al rato, se repone lo suficiente,
y se anima a revolverse en las siguientes líneas:
Querida hija Emma:
Me estoy apagando de a poco, Veronal
mediante; necesito hablarte, manso y mecedor, como si escuchases la canción de
cuna que te cobijaba cuando le cantaba a tus ojos claros; domados luceros, y a
mi mano llena de mano pequeña. Puede que mi ausencia te empuje sin vueltas, a
la disyuntiva del amor de hija y la culpa amarga, por ese desprecio a quienes
nos deja de mala manera, vacíos, sin besos recientes, sin un “hasta luego”, sin
brazos abiertos. A vos y a tu madre, que se fue hace poco, les pido perdón por
no haber podido vivir este exilio, que es morir en vida sin haber vivido. Yo sé
que te duele tu propia mordaza, tu grito callado de la trampa infame que tendió:
Aarón; con esa mirada tan impertinente como esos quevedos ahumados y ese rostro
distante, tan difícil de mirar; creyente gozoso de moral visible; tan “seco de
vientre” y tan apegado a la “idea” de Dios como a su avaricia; concibió el
desfalco de Caja, de manera tal, que en muy pocos días fui cajero infiel y único
culpable. Me estoy apagando de poquito a poco, y alucino cosas: Veronal
mediante, Veronal, Verona; a tu tierna madre la veré muy pronto. Será mi
Julieta que espera a Romeo, no como en la noche de mis diecisiete con esa
Julieta de catorce años, temblándole al miedo y a mi cercanía. No fuimos
amantes en aquella noche, pero sí en el tiempo que vivimos juntos, allá en
Gualeguay. Ojalá estas líneas aplaquen siquiera tus penas
y tu vida joven. Me estoy apagando; y me voy sabiendo que el amor repara siempre
lo valioso.
Tu papá Emanuel
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