Ella y su máquina de caminar
cruzan antiguos mundos inmateriales. La nada aparece, rosas rastreras oprimen
su andar sinuoso. Súplica inquietante. Nidos ultra ociosos sostienen ocultas
operetas crudas. Un leve temor onírico surge, su última risa gana espanto. En
soledad parca ansía naves terrenas ostentosas o simples tarareos entre notas
tristes. Oculta su andar, silencia su imagen lenta. Entrelaza navíos celestes,
inciertos, agónicos, altivos. Germinan oráculos negros indescifrables ante
satíricos susurros alados. Tentada intenta romperlos, invoca cosmos olvidados
sobre sal, orquídeas brillantes, romero embrujado y entrañas marchitas. Bañado
con rosas un juramento ha dado. Olvidada, oculta y leve, vuelve indiferente donde
antes de anidar andaba. No imagina decir adiós, rueda y sale sola. Ante la
espesura enreda suplicas purpúreas en ramales amarillos atados. Su maquina ante
rayos indeseados llora, lee oídos silenciosos, siluetas invisibles y labios
esmaltados. No cae, intenta orquestar caóticos sonetos oscuros. Sin suerte ora,
late hondo. Sola sin otra ella a quien culpar, su inquietud enlaza nidos negros
inertes de otras súplicas.
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