Te ves tan hermosa en el vagón con ese pájaro de luz que anida en
tus pulgares inquietos como alas de colibrí. Él está en todas partes y tiene
corta vida. Pero no te fastidies; otros llegarán, esplendorosos, perfectos e
importados, a remediar tu pérdida y calmar la codicia de los anunciantes. Suele
ser ingratos, porque roban de la niñez el sueño fácil, o peor aún: sus
fantasías. No dejo de mirar tus ojos claros; y cómo quisiera que te desiguales
a estos pasajeros, desaparecidos antes de morir en la ficción de sus pájaros de
luz. Aquí nadie escucha el grito tullido de los limosneros que invocan
tragedias sin ganas de oírse; ni esa quena dulce soplada con aire de
resarcimiento por la mansedumbre de su noble raza; tampoco la espera del pase
de gorra; ni el malabarista que viaja ida y vuelta a las terminales que nunca
terminan. Te amaré callado mientras dure el viaje y apagues sin prisa a tu
carcelero. Esos ojos claros tienen tanta vida, y tus manos blancas con sus
colibríes tanta poca muerte, que baja del coche vencida y desigualada.
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